Juego de medianoche en letras brillantes sobre fondo de una ciudad, link a la página de detalles del libro

La noche era más oscura de lo usual por la luna nueva. Las sombras proyectadas por los árboles y edificios se desparramaban sobre las calles y era difícil identificar sus objetivos hasta que estos se movían. Entonces tenían que ir más rápido.

Se había instalado en lo alto de un conjunto residencial, de cuclillas sobre la orilla de la terraza. El bastón Ibars, una larga pieza nudosa finalizada en una piedra, pesaba y se balanceaba en sus manos.

Esperó.

Allí. De la silueta rectangular de otro edificio, brotó algo. Primero fue una figura difusa, una especie de miembro que se extendía sobre el suelo. Podría haberse tratado de un efecto óptico, una rama al moverse, un pájaro en el tejado.

Pero se puso de pie, muy despacio, sujetó bien el bastón y saltó del edificio. Cuando faltaba menos de un metro para que tocase el suelo, la sombra se separó de la del apartamento y empezó a zigzaguear a través de la calle, convertida en una imagen oscura sin forma.

Extendió el bastón frente a sí, utilizó su energía para ralentizar la caída, y a punto de alcanzar el piso, golpeó el extremo inferior contra el pavimento.

La sombra fuera de control huía de él. No llegaría demasiado lejos, porque al final de esa misma calle, alguien más saltaba y golpeaba el extremo de su bastón contra el suelo. La sombra se retrajo, titubeó en el espacio entre sus perseguidores y huyó en línea recta hacia un callejón contiguo.

Alguien más la siguió y atacó con el bastón. El ente desapareció al contacto, sin que ningún humano tuviese que enterarse de que posiblemente acababan de salvar el mundo que conocían.

De nuevo.

El grupo de tres se reunió en un costado de la calle y vieron hacia el edificio más alto de la zona. El cuarto miembro del equipo, todavía en su posición de observador, se puso de pie sobre el borde del tejado, alzó el bastón y trazó un círculo en el aire por encima de su cabeza.

Era la señal para volver a la casa de la Sociedad.

 


Theodora llegó bien temprano, con lo mucho que odiaba levantarse antes de las nueve de la mañana. Sus padres pertenecían a la generación que creía que uno podía tener energía a las cinco. Dudaba que alguien estuviese despierto cuando abandonó el taxi que la llevó hasta allí.

Le pagaron con antelación por regresarla a la casa de la Sociedad, así que sólo rechazó el ofrecimiento de cargar su maleta, la recogió y se despidió del chófer. Tan pronto como el auto se alejó, se quedó sola frente al pórtico.

Rejas terminadas en picos, un pequeño jardín y paredes del color de la crema se alzaban ante ella. Las cortinas se encontraban cerradas y alguien le pasó doble seguro a la puerta principal, lo que la retuvo durante el momento que le llevó batallar con la vieja cerradura.

Cecyl, su serpiente, siseó con disgusto desde su antebrazo. Le acarició la cabeza con el índice y le prometió que podrían descansar en un rato. Apenas entró, cerró tras de sí y lo siguiente que hizo fue quitarse los zapatos de tacón, arrojándolos en la dirección que fuese, sin prestarles atención.

El alivio por volver a casa era enorme. Al fin lejos de sus padres. Al fin lejos de las tonterías. Se desató el listón que llevaba en el cuello, se sacó el vestido por encima de la cabeza  y también las extensiones que evitaban el sermón de su madre por cómo se cortó el cabello. Permaneció con la ropa que tenía debajo, su binder en el pecho y un short corto, y abandonó la maleta junto a la entrada, recargada en una pared.

La casa estaba en silencio.

Bueno, a despertar a todos.

Subió las escaleras de dos en dos, tan rápido como era capaz, y al llegar arriba, bajó el brazo para permitir que Cecyl se arrastrara por el suelo. Theo se metió al primer cuarto del pasillo, el de Calev. Él dormía, claro, así que caminó de puntillas y se le lanzó encima, aplastándolo por encima de las cobijas.

Calev ahogó un grito, se retorció y maldijo. Intentó darle un manotazo que Theo frenó sosteniéndole la muñeca.

Sólo ahí se obligó a levantar los párpados. Frunció el ceño al distinguirla, luego sus ojos empezaron a abrirse más y más. Se echó a reír, abrazándola y tumbándola encima de su pecho en un enredo de mantas.

Un grito agudo en la habitación contigua le avisó que Cecyl había despertado a alguien más.

Un chico tropezó en el pasillo al huir en pijama y se detuvo frente a la puerta de Calev. Jadeaba, con una mano en el pecho. Al reconocerla, tendida a medias en el colchón, gritó de nuevo y corrió hacia la cama para arrojarse allí también.

Calev se reía sin aliento mientras les empujaba, alegando que una persona sobre él era su límite. Theo cayó de la cama, aferrada a Naveed, que era un poco más bajo y se dejó arrastrar.

—¿Lis está aquí, Nav? —indagó Theodora, jugando con los rizos de Naveed y el piercing de serpiente que cobraba vida para saludarla desde su oreja. El chico asintió.

—Estuvimos capturando sombras hasta tarde, volvimos a eso de las cinco. Cayó muerto apenas tocó la cama…

Antes de que terminase de hablar, Theo ya se encontraba de pie. Iba a levantar a su mellizo por la fuerza, si debía hacerlo. Calev, que se deslizó fuera de la cama, la ayudaría.

Naveed se dirigió al cuarto al otro lado del pasillo, mientras elles fueron por Lisander. Theodora abrió de un portazo, ambes corrieron y se tiraron sobre su mellizo, arrancándole un par de quejidos y causando que la serpiente que dormía a su lado sacase la cabeza de las cobijas.

—¡Volví, Lis! —gritó en su oído de forma completamente intencional—. ¡Aquí estoy! ¡Préstame atención!

—¡Préstale atención! —exigió Calev, siguiéndole la corriente.

Su hermano aún refunfuñaba, intentando ocultarse bajo las sábanas, cuando Theo se aburrió. Le hizo una seña a Calev, asintieron a la vez y dejaron la habitación. Quedaba un miembro de su familia al que no le había dicho que regresó.

Cyrus estaba despierto cuando entraron. Tenía las ojeras de siempre y le enseñaba una expresión de somnolienta resignación a Naveed, que le sujetaba los hombros y le contaba de su llegada. Sonrió cuando les vio detenerse ante su puerta.

Les dos se subieron a la cama del mayor del grupo, se colocaron a ambos lados de Cyrus y Theo comenzó a quejarse de su madre, el viaje de dos horas en taxi, los tacones, lo incómodo que era pelear con un vestido. Abrazó a Naveed y lo arrastró hacia elles, derribándolo en el centro de la cama. Los otros asentían con expresiones serias, como si entendiesen algo de lo que decía y usar extensiones fuese la nueva crisis mundial.

Para el momento en que un malhumorado y adormilado Lisander se paró bajo el umbral de la puerta, sólo Cyrus continuaba despierto. Calev le había robado la almohada, roncaba y babeaba la funda. Theodora se durmió con la cabeza en el hombro de Cyrus y los brazos en torno a Naveed.

—Les odio —musitó Lisander con la voz ronca por el sueño.

Cyrus casi se rio, cansado.

—¿Vas a quitarme espacio también?

Él negó.

—Tengo mi propia cama para eso —Irritado, Lisander volvió a su cuarto.

Cyrus suspiró, notó que era imposible moverse sin sacarse de encima a estas personas que carecían de sentido del espacio personal y se preguntó por qué tenía tan mala suerte.

Resignado, buscó una posición cómoda, cerró los ojos y se dedicó a contar del uno al cien. Se durmió en el treinta.