Fondo de bosque en llamas con texto que dice trilogía el mar dorado

Llevaba días teniendo el mismo sueño en que se encontraba rodeado de un aire frío y húmedo, con esos molestos sonidos de interferencia llenando sus oídos. Nada más. Quizás alguien hablaba, pero era imposible identificar voces o palabras con el ruido de fondo.

Fue incómodo cuando comenzó en el templo del dios Lirión. Ahora, en un barco que no paraba de oscilar incluso cuando se suponía que estaba detenido, todavía más.

Iraí se despertaba en extremo mareado y de mal humor. Su mundo giraba, giraba, giraba, y ni siquiera cuando se sentaba en la cama y ponía los pies en el suelo podía tener una verdadera sensación de firmeza, de estabilidad.

En verdad no entendía por qué no pudieron hacer una parada para cambiar de barco. Habría sido un acto más inteligente que dejarlo bajo el cuidado de Raú, que estampaba la puerta cada vez que la abría y le preguntaba de qué color quería vestirse entre las opciones de su uniforme de nom.

Entonces Iraí esperaba durante los segundos que se demoraba en recordar que él era ciego.

Esa mañana, Raú se tardó menos de lo usual en recordar ese detalle y comenzar a disculparse, eligiendo el uniforme del día por sí mismo. Iraí ignoró su cháchara, intentó apartar de su mente los ruidos de interferencia que tanto le molestaban los oídos y se concentró en la dirección en que sabía que se encontraba la ventana.

Su Clérigo Mayor le había permitido recorrer el camarote antes de zarpar para que pudiese familiarizarse con cada centímetro sin estar en movimiento. Sabía qué estaba en cada lugar desde la posición de la cama y podía percibir la calidez del sol y un ligero olor salado desde la dirección en que se encontraba la ventana, lo que servía para confirmarle su ubicación.

—Hay mucho sol hoy —le informó Raú, a lo que Iraí estuvo a punto de contestar con un “lo noté, el camarote está muy caliente y entra bastante sol por la ventana”, pero no le dio tiempo con sus balbuceos—. El Clérigo Mayor te quiere en la cubierta para que lleves un poco de este sol en la mañana- sólo será un rato, ¿sí?

Iraí contestó con un vago sonido afirmativo. No tenía muchas opciones frente a esas órdenes disfrazadas de peticiones. Si el Clérigo decía “toma algo de sol en la mañana, por favor” se traducía a un “estarás en la cubierta del barco por la mañana, sin discusión”.

—Después quiere que vuelvas a ser revisado por el sanador —Raú ya había puesto la ropa junto a él, por lo que se preparó y extendió los brazos en su dirección de inmediato para agilizar el trabajo— y luego a comer al fin. La buena noticia es que no creo que estemos mucho tiempo más así.

La prenda de dormir de Iraí era la tradicional para los jóvenes antiquenses: tela de algodón, holgada, fresca para noches calurosas y que retenía bien el calor en las épocas de frío. Tenía una sección de botones en la parte delantera que Raú soltaba por él, mientras Iraí luchaba por distraer sus sentidos del molesto ruido.

Iraí consideraba que estaba muy bien por su cuenta, pero de nuevo, el Clérigo decidió poner al otro chico a ayudarlo con su rutina de la mañana y no era una pregunta.

—¿Estamos por llegar? —Se le ocurrió preguntar.

El viaje desde Antiqua había durado meses. Raú le contó que la nave rodeó el mar negro antes de adentrarse en el mar dorado; Iraí podía ubicarlos por estos nombres gracias a un mapa que estudió en el templo de Lirión. Allí tenían relieves en las montañas y las separaciones entre cada océano, así que le bastaba con recordar el tacto en sus dedos para saber que tomaron una ruta excesivamente larga.

—Los vigías dijeron que sí —le dijo Raú, con una emoción casi contagiosa, como la de un niño pequeño con un juguete nuevo—, vieron algo a la distancia ayer por la noche y creen que podría ser una señal de que hay tierra cerca.

Al fin algo bueno. Iraí extrañaba tener un suelo que no se moviese bajo sus pies.

Raú continuó hablándole acerca de la Primera Oración del día, que Iraí se perdió por estar dormido, y de haber sido seleccionado para la Lectura de las Cartas de Lirión a los que vivían en el mar rojo, donde estaba Antiqua.

Lo desvistió y luego comenzó a ponerle el uniforme que tenía tres capas de tela; una de algodón, una que sentía dura y tiesa, cubierta de poros, y la última que era aún más gruesa.

Honestamente, Iraí se estaba asando ahí dentro. En Antiqua era invierno y ellos prepararon casi todo previendo esta temporada. Eran religiosos, no meteorólogos.

Raú le ofreció su brazo e Iraí abandonó el camarote sosteniéndose de él. Sus pies tanteaban el suelo de madera cuando había más movimiento del usual, pero por lo demás, se podría decir que se acostumbró al balanceo. Incluso podía contrarrestar un poco el efecto con el vaivén propio de su cuerpo.

Una mayor cantidad de luz solar los recibió en la cubierta. Iraí se colocó la capucha, a pesar del calor que empezaba a experimentar. De esta manera, aunque todavía la temperatura era más alta de lo que esperaba, al menos estaba cubierto. No quería quemarse.

Por mucho que el Clérigo Mayor lo hiciese sonar como si le preocupase que su cuerpo no recibiese los “beneficios” del sol, no era así. No podría importarle menos si Iraí se encerraba durante el resto del viaje en el camarote, pero desde que le mencionó que el sonido de interferencia disminuía un poco bajo el sol de la mañana, le daba esa orden disimulada.

También era el mejor lugar para hablar, ya que los noms menores se encontraban ocupados en otras actividades. Dejar preparados los principales ingredientes de larga cocción para las siguientes comidas, limpiar los camarotes o la cubierta, comprobar las velas, ubicarse en el mapa. Nada de esto tenía relación con la misión de Iraí en este largo viaje.

Raú se aseguró de que fuese consciente de que estaba cerca de uno de los bordes del barco y regresó adentro. Tenía sus propias tareas individuales.

Iraí tomó una profunda bocanada de aire de ese ambiente salado y casi pudo percibir el sabor en el paladar. El sonido de las olas golpeando los bordes del barco se superponía a la interferencia usual en sus oídos.

De pronto, alguien acabó con su tranquilidad. Una mano pesada se colocó sobre su espalda e Iraí emitió un débil quejido por la brusquedad de la palmada que vino después.

—¿Qué tal está eso hoy?

Se refería al sonido de interferencia que muy probablemente fuese su culpa. Había comenzado con un ritual en el templo y no paraba desde entonces. Era molesto.

—Se está calmando…

—Bien, bien —El Clérigo Mayor recuperó el tono lleno de energía que le era usual y le atinó otra palmada que podría haberle sacado los pulmones por la boca—. ¿Listo para probarlo una última vez entonces? Antes de que lleguemos a tierra. ¿Recuerdas lo que te dije?

Iraí movió la cabeza y lo recitó de mala gana:

—Necesitamos estar libres de distracciones para conseguir los tesoros que Lirión quiere del mar dorado.

El Clérigo Mayor puso una mano en su cabeza, haciendo que la capucha bajase, y empezó a desordenarle el cabello con fuerza. Iraí se encogió un poco.

—Pues vamos de nuevo.

Iraí tomó otra bocanada de ese aire caliente y húmedo.

—¿No puede ser aquí afuera?

El Clérigo deslizó su mano más abajo, hasta sostener la parte de atrás del cuello de Iraí. Sus dedos apretaron los lados, provocándole un escalofrío desagradable.

—Es mejor adentro, ¿no?

Y eso se traducía a “será adentro, no te estaba preguntando”. Iraí fue llevado por unas escaleras hacia la parte que estaba sobre los camarotes y dentro de otra habitación.

El aroma a incienso inundó su nariz y le embotó la mente enseguida. Evadió algunos soportes con velas por el calor que emitían de cerca y tanteó el suelo hasta que la punta de su pie tocó un objeto de metal; era la señal. Allí debía sentarse.

—Estás haciendo esto muy bien —decía el Clérigo Mayor. Se había colocado a su lado y le palmeaba la cabeza con suavidad—, nos ayudas a todos al aceptarlo.

Iraí guardó silencio.

No había mucho más que pudiese hacer, en cualquier caso. No le pidió su opinión en ningún momento y ya estaban por llegar.

Con suerte, la misión sería mucho más rápida una vez allí y podrían descansar unos días antes del viaje de regreso. Quizás incluso tomarían el mar negro y acortarían la ruta.

Iraí no tenía la menor idea de lo que los esperaba en el momento en que los vigías gritaron que había tierra a la vista y el barco cambió de curso. Tampoco los oyó entonces. El ruido de interferencia era demasiado fuerte de nuevo.