Enlace a la página de El pueblo sin nombre y su información

Imagina por un momento que el universo no es más que una sucesión de espacios conectados entre sí por túneles, pasajes y puentes.

Eso es todo lo que hay y todo lo que siempre habrá.

Tales espacios se llaman “planos” y son los puntos en que se puede sostener la vida como la conocemos.

Desierto solo es otro plano. Es pequeño, se encuentra alejado del nuestro y sus condiciones no son las idóneas para la mayor parte de la raza a la que crees pertenecer.

Existe, simplemente apostado allí, en medio de la nada, sobreviviendo a alteraciones de planos vecinos, el cierre de “túneles”, la caída de “puentes” y a los médanos.

Este es el lugar en donde se desarrolla nuestra historia. Desierto se rige por un código estricto de normas de convivencia básica para una civilización, las debes haber oído antes: no mates, no robes, no defraudes. En general, estos crímenes son cometidos en casi cualquier población.

Aparte de estas reglas, hay dos más que no tienen que romperse.

No debes decirle tu nombre a otra persona.

Sí, parece loco, pero tiene sus razones.

Los nombres en Desierto son una cuestión sagrada, pueden traer gloria o desdicha. Al nacer un bebé en Desierto, los únicos que han de saber sus nombres son los padres y los seses, los gobernantes de este plano, a los que les son presentados los niños en su segundo día de vida.

Los habitantes de Desierto, a falta de nombres, se han inventado un curioso sistema para denominarse entre sí, que consta de la profesión, el qué haces, uno de los tres géneros en Desierto, el qué eres, y la casa que fue tu hogar, el de dónde vienes. En ese orden. Ya que estas tres palabras dicen bastante por su cuenta, nunca les han hecho falta sus nombres.

Hay algunas excepciones, por supuesto. Los nombres de los condenados por crímenes atroces son revelados frente al pueblo entero y cuando unes tu vida a la de tu pareja en cierta ceremonia puedes decirle tu nombre a tu compañero. Pero el nivel de crímenes en Desierto es casi nulo y  cada vez son menos los que quieren unirse a alguien a través de un ritual antiguo y complicado.

La segunda regla es no ir más allá del Límite y es muy simple. Desierto se halla en una depresión, rodeada de pendientes y paredes de piedra un poco curvas, que sobrepasan los quince metros. En estas magníficas barreras naturales hay algunas grietas creadas por el tiempo y la arena, por las que alguien podría salir. Si quisieran hacerlo. Más allá del Límite, están los médanos, criaturas hechas de arena capaces de provocar una tortura indecible a quien se les acerque.

Al menos eso es lo que cuentan las historias.

Los habitantes de Desierto opinan que es un buen motivo para no salir de sus tranquilos hogares.

Ambas reglas son de vital importancia, quizás más que el código de conducta. La historia de Desierto dice que la Arena enviará un castigo a quien las rompa, que los médanos, ardiendo en celos porque las personas de Desierto tienen cuerpos propios y son seres con mayores capacidades que ellos, consumirán por toda la eternidad a quien se atreva a ignorarlas. El viento enloquecerá, las grietas se abrirán más y la condena misma forzará a sus cuerpos lejos de cualquier límite existente para que soporten sus castigos.

Esta leyenda no es muy agradable y a Aller nunca le gustó demasiado. Creía en ella, claro, aunque eso no bastó para impedir que ignorara las reglas.

Cuando Aller rompió la primera norma, tenía seis años e “intercambió” su nombre con el de su mejor amigo, un niño de la casa Tovoa, con quien siempre visitaba la Gruta. Él era Datrian.

Esa noche, llovió en Desierto por primera vez desde el nacimiento del abuelo de Aller.

El agua descendía en gotas enormes y rabiosa, golpeando a las personas confundidas a su paso, se coló en las casas jamás preparadas para las precipitaciones y mantuvo el suelo del pueblo húmedo durante todo el día que le siguió a ese.

No sucedió nada más. A pesar de que se asustó durante esa noche de lluvia y esperaba que un médano apareciese arrastrándose para llevarlo a su eterno castigo, pronto Aller se olvidó del tema y el decirle su nombre a Datrian quedó en su memoria como una absurda travesura de la niñez.

Siete años más tarde, Aller rompería la segunda regla.